30.8.12

Alcancé a ver como se consumían las últimas páginas de aquel libro, observé como el fuego sin piedad, hizo de aquel almanaque de conocimiento cenizas negras. Recordaba mientras tanto lo que algún día ese epítome fue para mí, el consejero a mis problemas, el consuelo en el quebranto, el ánimo en la derrota, la alegría en el dolor, pero ahora ya no me servía, debía dejar de existir, estaba ya viejo, demasiado quizás, como para seguirlo conservando en mi biblioteca. Su vida se acababa, ese era su fin.
Él ya carecía de sentido, no me servía, sin duda no era el mismo de antes, su enfermedad había hecho de él un detrimento irreversible, decidí entonces abandonarlo, lo olvide, como libro viejo en biblioteca. Mis pensamientos se deshacían junto con aquellas páginas que escribí pensando, en mi inocencia, tener todo el conocimiento y la sabiduría para poder aguantar semejante desgracia.
Tras haber vuelto a casa, después de varios meses, pude sentir lo mucho que me hacía falta su presencia, y como me carcomía por dentro aquel sentimiento de desesperación, querer desvanecerte en una lágrima, gritar y desaparecer del mundo para poder estar con ella otra vez, aunque sea un segundo.